martes, junio 03, 2003


Uno, dos, tres. Probando. Me pregunto por qué razón cuando uno está probando dice "Uno, dos, tres. Probando" cuando también podría decir "Raíz cuadrada de dieciséis. Probando"
Supongo que no tiene demasiada importancia.

miércoles, mayo 28, 2003



Acabo de encontrar una página web, weblog, blog, o como se llame, de alguien que se la pasa puteando tan cómicamente que me hizo reir mucho. O muchísimo, para ser más exacta. Y la verdad es que hay que saber putear con gracia, algo que no todos tienen. No sé si yo tendré gracia, la re concha de tu hermana.

Sucede que hoy me aqueja una maldita cistitis (o es sistitis???) que cada vez que voy al baño a mear se me parte la vejiga, la uretra y todo lo que constituye mi pobre y vapuleado aparato urinario. Fui al médico por dicha causa y me recetó antibióticos, amén de la consabida meadita en un tarrito convenientemente desinfectado. No sé por qué insistió en que antes de largar el chorro en el tarrito, me higienizara bien la zona correspondiente. Como tres veces mencionó lo mismo. ¿Por qué será?

Y así empezó y terminó mi mañana. Y ahora es de tarde y me quiero ir a dormir. Tuve que suspender psicóloga y otras tantas consultas médicas, oftalmológicas y etc. Mi agenda está en plena ebullición. No así mis capacidades y/o cualidades literarias.



Hay textos que tienen la consistencia de budín. Budín inglés, puede ser; pero budín de pan, no. Son así parejitos –sí, así como usted lo imagina–, fáciles de cortar y de meter en la boca. Fáciles de masticar. Ni muy duros ni demasiado blandengues o aguachentos, cosa que suele resultar desagradable y termina con una molesta sensación de baba desperdigada por el intelecto del lector. En el caso de que el lector tenga intelecto, se entiende.

Hay otros, por ejemplo, que se muestran abigarrados, con volutas. Son textos donde las palabras se apilan unas sobre otras y por falta de lugar se empujan y se empecinan en sobresalir sobre lo que se quiere decir, que en realidad nunca llega a quedar del todo claro. Lo que queda claro, sí, es una cierta voluntad de pavoneo por parte del escritor, quien probablemente se haya olvidado que no íbamos a juzgarlo por la cantidad de vocablos estrambóticos que utilizara, sino que por el mensaje que deseaba transmitir, si es que deseaba transmitir algo.

En ocasiones se los encuentran desordenados, desprolijos, desaliñados. Los textos (a veces, también los escritores). De esos en los que el sujeto jamás se da cita con el predicado, o si se la dan no se ponen de acuerdo en fijar cosas tan elementales como día, hora, y otras concordancias necesarias para un feliz encuentro; o los complementos circunstanciales se olvidan de que sólo se los invitó para la ocasión y se empeñan en confundir a quien estoicamente hace el esfuerzo de encontrar un sentido a lo que se lee.

Se ven en, algunas oportunidades, textos cortitos, deliciosos como un bombón de chocolate paladeado en el límite de la lascivia. Con éstos lo que sucede es que cuando se terminan uno queda como si hubiera sido atravesado por una serie infinita de orgasmos múltiples. Hasta se siente una especie de resquemor a leer otra cosa, por miedo a no poder repetir jamás la golosina con la que uno acaba de regocijarse. Así que luego de semejante experiencia, cabe fumarse el puchito de la reflexión, dejar que el humo haga su trabajo, y elegir muy bien el siguiente acomodamiento de palabras a ser introducido en ese procesador incansable que venimos a ser los lectores.

El Zahir El Zahir El Zahir El Zahir El Zahir El Zahir

martes, junio 03, 2003


Uno, dos, tres. Probando. Me pregunto por qué razón cuando uno está probando dice "Uno, dos, tres. Probando" cuando también podría decir "Raíz cuadrada de dieciséis. Probando"
Supongo que no tiene demasiada importancia.

miércoles, mayo 28, 2003



Acabo de encontrar una página web, weblog, blog, o como se llame, de alguien que se la pasa puteando tan cómicamente que me hizo reir mucho. O muchísimo, para ser más exacta. Y la verdad es que hay que saber putear con gracia, algo que no todos tienen. No sé si yo tendré gracia, la re concha de tu hermana.

Sucede que hoy me aqueja una maldita cistitis (o es sistitis???) que cada vez que voy al baño a mear se me parte la vejiga, la uretra y todo lo que constituye mi pobre y vapuleado aparato urinario. Fui al médico por dicha causa y me recetó antibióticos, amén de la consabida meadita en un tarrito convenientemente desinfectado. No sé por qué insistió en que antes de largar el chorro en el tarrito, me higienizara bien la zona correspondiente. Como tres veces mencionó lo mismo. ¿Por qué será?

Y así empezó y terminó mi mañana. Y ahora es de tarde y me quiero ir a dormir. Tuve que suspender psicóloga y otras tantas consultas médicas, oftalmológicas y etc. Mi agenda está en plena ebullición. No así mis capacidades y/o cualidades literarias.



Hay textos que tienen la consistencia de budín. Budín inglés, puede ser; pero budín de pan, no. Son así parejitos –sí, así como usted lo imagina–, fáciles de cortar y de meter en la boca. Fáciles de masticar. Ni muy duros ni demasiado blandengues o aguachentos, cosa que suele resultar desagradable y termina con una molesta sensación de baba desperdigada por el intelecto del lector. En el caso de que el lector tenga intelecto, se entiende.

Hay otros, por ejemplo, que se muestran abigarrados, con volutas. Son textos donde las palabras se apilan unas sobre otras y por falta de lugar se empujan y se empecinan en sobresalir sobre lo que se quiere decir, que en realidad nunca llega a quedar del todo claro. Lo que queda claro, sí, es una cierta voluntad de pavoneo por parte del escritor, quien probablemente se haya olvidado que no íbamos a juzgarlo por la cantidad de vocablos estrambóticos que utilizara, sino que por el mensaje que deseaba transmitir, si es que deseaba transmitir algo.

En ocasiones se los encuentran desordenados, desprolijos, desaliñados. Los textos (a veces, también los escritores). De esos en los que el sujeto jamás se da cita con el predicado, o si se la dan no se ponen de acuerdo en fijar cosas tan elementales como día, hora, y otras concordancias necesarias para un feliz encuentro; o los complementos circunstanciales se olvidan de que sólo se los invitó para la ocasión y se empeñan en confundir a quien estoicamente hace el esfuerzo de encontrar un sentido a lo que se lee.

Se ven en, algunas oportunidades, textos cortitos, deliciosos como un bombón de chocolate paladeado en el límite de la lascivia. Con éstos lo que sucede es que cuando se terminan uno queda como si hubiera sido atravesado por una serie infinita de orgasmos múltiples. Hasta se siente una especie de resquemor a leer otra cosa, por miedo a no poder repetir jamás la golosina con la que uno acaba de regocijarse. Así que luego de semejante experiencia, cabe fumarse el puchito de la reflexión, dejar que el humo haga su trabajo, y elegir muy bien el siguiente acomodamiento de palabras a ser introducido en ese procesador incansable que venimos a ser los lectores.